Nuestra historia
La Prehistoria
Los primeros vestigios humanos en el entorno de Calahorra se remontan al Paleolítico Inferior, donde se han encontrado herramientas de piedra tallada para obtener filo, halladas en La Marcú y Cantarrayuela.
El Achelense, segunda fase del Paleolítico Inferior, se caracteriza por herramientas como bifaces y triedros, fabricadas por Homo Erectus. Los yacimientos más representativos se encuentran en Perdiguero y La Marcú.
El Musteriense o Paleolítico Medio, correspondiente al hombre de Neandertal, se caracteriza por avances en la tecnología lítica y el aprovechamiento del medio ambiente. Los vestigios materiales de esta fase se hallan en Montote, Perdiguero y La Marcú.
En el Paleolítico Superior, destaca la industria de hojas, aunque no se han encontrado evidencias de arte en Calahorra. La transición al Neolítico se marca por el uso de la piedra pulimentada y la cerámica, lo que señala el inicio de la agricultura, ganadería y sedentarización.
En el II milenio a.C., aunque el hierro aún era desconocido, el cobre y el estaño se utilizaban para hacer bronce, una aleación fuerte y duradera para la fabricación de herramientas, armas y adornos. La llegada de nuevos métodos y la difusión de ideas entre los pueblos fue fundamental para el desarrollo cultural.
Durante la Edad del Bronce, se rompe la uniformidad cultural, y la metalurgia empieza a desarrollarse, especialmente en el valle del Ebro, donde los grupos se dedicaban principalmente a la agricultura y ganadería. Los restos de esta etapa en Calahorra se encuentran en Perdiguero, Montote, Cerro de Sorbán y La Marcú, destacando piezas de sílex, como las puntas de flecha.
A partir del siglo VIII a.C., con la llegada del hierro, se da una transformación en la metalurgia de la península, influenciada por los colonizadores griegos y fenicios. En Calahorra, el Cerro de Sorbán destaca como uno de los asentamientos más importantes de esta época. Se han hallado viviendas con zócalos de piedra, paredes de adobe y un sistema defensivo con fosos.
Durante la Segunda Edad del Hierro (Hierro II), la metalurgia del hierro se consolida, mientras el bronce se utiliza solo para adornos. En esta etapa, los pueblos celtíberos florecen en el valle del Ebro. Los poblados se reorganizan en lugares estratégicos de fácil defensa, como Calahorra y el cerro San Miguel en Arnedo.
Los avances en la metalurgia del hierro y la introducción del torno para la cerámica marcaron un gran cambio, promoviendo la agricultura y el desarrollo de la cerámica decorada. Este tipo de cerámica comienza a producirse en Calahorra, justo cuando se abandonan otros asentamientos como El Valladar y La Marcú.
Historia Antigua (s. II a.C – s. IV d.C.)
El punto de partida de la vinculación de Calagurris con Roma se sitúa en el desembarco de Cneo Escipión en Ampurias en 218 a.C., en el marco de la Segunda Guerra Púnica. Aunque inicialmente concebida como una campaña militar contra Cartago, la intervención romana en la península Ibérica acabó con la ocupación y explotación del territorio.
En 187 a.C., se registra el primer enfrentamiento entre celtíberos y romanos cerca de Calagurris, marcando la primera vez que la ciudad aparece en la historia. Tras la fundación de Gracchurris (actual Alfaro) y la consolidación de la zona, Calagurris obtiene el estatus de comunidad estipendiaria, lo que implicaba la obligación de pagar tributos a Roma. A partir de este momento, la ciudad acuña moneda en bronce, con un diseño romano y epígrafes ibéricos.
Durante el primer cuarto del siglo I a.C., en el marco de las guerras civiles de la República Romana, Calagurris se alinea con Sertorio contra Sila. Esta alianza conduce a la destrucción de la ciudad en 72 a.C. a manos de las tropas de Pompeyo. Tras la victoria de César sobre Pompeyo en 48 a.C., los calagurritanos son recompensados, y Calagurris se convierte en un municipium de derecho romano alrededor de 30 a.C., recibiendo el nombre de Calagurris Iulia Nassica. En este período, se retoman las acuñaciones monetarias con la figura de Augusto.
A partir de este momento, Calagurris experimenta un importante desarrollo urbanístico. La ciudad se expande desde el casco antiguo hasta el Paseo del Mercadal, y se construyen edificios públicos como un circo para carreras de caballos. Además, se planifican un teatro, un anfiteatro y un foro. En las afueras de la ciudad, se encuentra la necrópolis, donde se hallaron ajuares funerarios en tumbas de incineración e inhumación.
El abastecimiento de agua se asegura mediante un acueducto proveniente de los manantiales de Sierra La Hez. Este sistema de abastecimiento no solo garantiza el consumo, sino también el funcionamiento de las termas públicas. Además, Calagurris cuenta con un avanzado sistema de cloacas, como el encontrado en la zona de la calle San Andrés y en La Clínica, construido para evacuar el agua de los complejos termales.
Los descubrimientos arqueológicos en Calagurris incluyen esculturas, como la Dama Calagurritana, mosaicos de gran belleza y cerámica de alta calidad. También se hallaron joyas, como un pendiente de oro con perlas. Estas muestras reflejan la riqueza y el dinamismo de la ciudad en este período.
En cuanto al entorno rural, se organiza mediante la centuriación, distribuyendo tierras para su cultivo y promoviendo la construcción de villas para la explotación agrícola, ganadera e industrial. Un ejemplo destacado es el alfar romano de La Maja, que producía cerámica de lujo, como pequeñas vasijas decoradas con escenas de la vida cotidiana.
A lo largo del siglo III, el Imperio Romano entra en una crisis económica y política, lo que provoca que el patriciado urbano se traslade al ámbito rural. Calagurris responde a esta crisis construyendo una muralla en la segunda mitad del siglo III, lo que da lugar a la desocupación de algunas áreas urbanas. Esta transformación es evidente en la construcción de la muralla, cuyos restos aún pueden verse en la zona de San Blas.
Con las reformas de Diocleciano y Constantino, el Imperio experimenta un breve respiro, pero las invasiones bárbaras del siglo V marcan el fin de la prosperidad de Calagurris, dando inicio a una nueva etapa en la historia de la ciudad, caracterizada por un periodo de declive.
La Antigüedad Tardía (siglos V-VII)
En el siglo V, se produce la disolución definitiva del Estado Romano en la parte occidental del Imperio. En Navidad de 406, los bárbaros cruzan el limes renano, y en el otoño de 409 atraviesan los Pirineos, ocupando la Península Ibérica sin que Roma pueda detenerlos. La situación geopolítica se vuelve inestable entre los siglos V y VII, afectando a Calagurris y su entorno, que se convierte en una zona de paso para las incursiones militares. Los suevos, vándalos, alanos, vascones, y los visigodos realizan saqueos y enfrentamientos, con el objetivo de expandirse o consolidar sus territorios frente a las amenazas externas.
En este clima de caos, los habitantes de Calagurris se ven obligados a refugiarse en la sierra, escondiendo sus bienes más valiosos para protegerse de la destrucción. Muchos se refugian en cuevas y construcciones precarias, dando origen al importante conjunto rupestre del Cidacos, precursor de los futuros núcleos de población altomedievales.
Además, en la primera mitad del siglo V, surgen los bagaudas, grupos de campesinos desposeídos que recorren el valle del Ebro saqueando y aterrorizando a los ricos propietarios de grandes latifundios, como las propiedades en Campobajo o Piedra Hincada. Estos grupos representan una amenaza adicional en un territorio ya golpeado por los ataques externos.
La toma de Tarraco por Eurico en 474 pone fin a la administración romana de la Tarraconense, lo que sitúa a Calagurris bajo la órbita del reino godo de Tolosa. Tras la derrota de los visigodos por los francos en 507 en la batalla de Poitiers, los visigodos cruzan masivamente hacia la península. Con el intermedio ostrogodo, Atanagildo establece Toledo como la nueva capital, fundando un reino basado en las tradiciones hispano-romanas.
A lo largo de este proceso, Calagurris se consolida como un punto clave en el reino visigodo, especialmente en la frontera norte del reino. En este contexto, Suintila (621-631) acuña moneda en Calagurris para financiar las operaciones contra los vascones. Wamba (672-680), también en lucha contra los vascones, pasa por Calagurris con el fin de reclutar hombres y suministros.
Durante estos siglos de inestabilidad política, la aristocracia urbana y el grupo episcopal se benefician del poder, siendo estos los actores principales en la nueva estructura de poder local. La ciudad mantiene muchas de las instituciones romanas, aunque se transforma gradualmente en una prestigiosa sede episcopal. Los mártires Emeterio y Celedonio se convierten en símbolos de esperanza para la comunidad, representando a los «defensores celestiales» de Calagurris en un periodo marcado por la falta de un poder político centralizado y un aumento en las relaciones de obediencia personal.
Calahorra Islámica (siglos VIII-XI)
Tras la derrota del monarca visigodo Don Rodrigo en la batalla del río Guadalete, las tropas árabes y bereberes llegaron a Calahorra entre los años 714 y 716, incorporándola a Al-Andalus. Aunque la ciudad pasó a formar parte del territorio islámico, la mayor parte de sus habitantes mantuvo su fe cristiana hasta el siglo X, siendo documentada la destrucción de su iglesia en el 932 por Almundus. Sobre esta población cristiana, gobernó una élite muladí, es decir, conversos al Islam. Los Banu Qasi, descendientes del conde hispanogodo Casius, ejercieron un gobierno autónomo sobre el valle del Ebro, alternando entre la sumisión a los emires y califas de Córdoba y las alianzas con el linaje de los Arista de Pamplona.
Durante esta época, los emires ´Abd al-Rahman I y Al-Hakam I llevaron a cabo expediciones contra Calahorra en los años 781 y 796, respectivamente. En este periodo, Calahorra se convirtió en un hisn (posición fortificada) de la Marca Superior de Al-Andalus. El hisn Qalahurra estaba ubicado en la parte alta de la ciudad, en lo que hoy se conoce como el rasillo de San Francisco, y su recinto amurallado pudo extenderse hasta la línea de torreones de la plaza del Raso y la calle Carreteros. De este periodo, se conserva el torreón del Portillo de la Rosa.
A lo largo del siglo X, la decadencia de los Banu Qasi y la sustitución de los Arista por los Abarca en Pamplona, aumentaron la presión cristiana sobre la Marca Superior de Al-Andalus. La Rioja Alta fue reconquistada por Sancho Garcés I, rey de Pamplona, y Calahorra cambió varias veces de manos, sufriendo diversas destrucciones. Sin embargo, en 968, Galib b. ´Abd al-Rahman, visir del califa de Córdoba Al-Hakam II, recuperó y repobló la ciudad. Durante su mandato, se reconstruyó el recinto amurallado, añadiendo una octava torre en lo más alto del cerro y colocando una guarnición en ella. Estas reformas formaron parte de la política califal para asegurar las fronteras con la repoblación y fortificación de los núcleos urbanos.
Este periodo de estabilidad permitió el crecimiento de Calahorra bajo dominio musulmán. Se creó una red de acequias que aprovechaba el agua de ambas márgenes del Cidacos, lo que permitió una agricultura de regadío en la zona. El aumento de la población, junto con el desarrollo de estos espacios agrícolas, facilitó la expansión de la ciudad, que se extendió desde el rasillo de San Francisco hasta la orilla del Cidacos, dando lugar a un nuevo barrio, el arrabal calagurritano. Este nuevo espacio se estructuró en torno a la antigua calzada romana y a una de las acequias de riego. La entrada al arrabal se realizaba por la puerta de San Miguel, y el área acogía actividades comerciales en el zoco y la alhóndiga, así como actividades lúdicas y religiosas, con la posible existencia de una mezquita cerca de la actual catedral.
En el ámbito rural, se registraron topónimos como “Benesat” o “Ven Cafla” (hoy Mencabla) que indicaban el asentamiento de grupos clánicos. Además, se comenzaron a crear grandes explotaciones agrícolas controladas por las élites militares de la frontera, que también podían cumplir funciones recreativas o defensivas, como las almunias o las torres fortificadas, como la torre de Almudebar.
A partir de 1031, la fitna, o desintegración del califato de Córdoba, dividió Al-Andalus en varios reinos de taifas, los cuales comenzaron a pagar parias a los reinos cristianos del norte. En este contexto, García Sánchez III, rey de Pamplona, atacó la taifa Hudí de Zaragoza, y en 1045 Calahorra fue tomada definitivamente por Pamplona, siendo considerada por muchos como el comienzo real de la reconquista hispánica, ya que fue la primera ciudad islámica de cierta relevancia recuperada por los reinos cristianos.
Baja Edad Media (siglos XI-XV)
El 30 de abril de 1045, el rey pamplonés García Sánchez III reconquista definitivamente Calahorra, integrándola al reino de Pamplona-Nájera. En este proceso, la población judía es reubicada en el Rasillo de San Francisco, mientras que la mayor parte de la población árabe abandona la ciudad o se convierte al cristianismo. A pesar de esto, una pequeña comunidad islámica o mudéjar permanece.
La catedral de Calahorra se convierte en uno de los principales centros de poder en la ciudad, concentrando en su entorno los edificios religiosos y administrativos. Esto da origen al barrio de Santa María o El Burgo, que se expandirá gracias al crecimiento de la población, especialmente tras la llegada de población franca atraída por la ruta jacobea. Durante este periodo, también se construye la iglesia de Santiago el Viejo, que más tarde será la base de la parroquia de San Cristóbal y Santiago.
El crecimiento demográfico lleva a la expansión más allá de la muralla islámica, formando el nuevo barrio de Santiago. En el ámbito rural, el paisaje islámico comienza a transformarse con la expansión de cultivos de vid y cereal, y surgen pequeñas aldeas como Villanueva, San Felices, Sansol y Aguilar.
La ciudad, situada entre los reinos de Castilla y Pamplona, desempeña un papel clave como «limes» en la frontera entre la Cristiandad y el Islam. Durante este periodo, Alfonso I «el Batallador» incorpora Calahorra a Castilla en 1076. Su influencia se extiende a través del matrimonio con la reina Urraca en 1109. Después de su muerte, Alfonso VII recupera la ciudad en 1135 y firma la Paz de Calahorra con García Ramírez, rey de Pamplona.
En 1151, la catedral de Calahorra es escenario de la boda de Sancho III de Castilla con Blanca, hija de Sancho VI «el Sabio» de Navarra. A pesar de esta unión, los conflictos entre Castilla y Navarra continúan, como se evidenció cuando Sancho VI saqueó Calahorra en 1163. Sin embargo, en 1179, tras una enérgica respuesta de Castilla, los navarros son finalmente expulsados al norte del Ebro.
En 1366, Calahorra se convierte en escenario de la coronación de Enrique II de Trastámara durante la guerra civil que enfrentaba a este con su hermanastro Pedro I por el trono de Castilla. En 1466, Calahorra es ocupada brevemente por el conde de Foix, pero los calagurritanos logran expulsar al invasor.
La importancia estratégica de Calahorra en la frontera del Ebro lleva a los monarcas a concederle privilegios. En 1110, Alfonso «el Batallador» le otorga un fuero, y Alfonso VII lo mejora en 1135. Alfonso VIII concede exenciones fiscales en 1181 y autoriza la acuñación de moneda. Más tarde, en 1255, Alfonso X le otorga el derecho de celebrar un mercado semanal, el miércoles.
A lo largo de los siglos, Calahorra crece y se expande, absorbiendo poblaciones vecinas. Alfonso XI concede el señorío de Murillo en 1335, y los Reyes Católicos otorgan nuevas tierras en 1488. Esta expansión también favorece el concejo de Calahorra, que aumenta su autonomía y poder.
Edad Moderna (siglos XVI-XVIII)
A comienzos del siglo XVI, Calahorra era una pequeña ciudad amurallada con una economía floreciente, aunque afectada por crisis demográficas causadas por epidemias y escasez de alimentos, especialmente en el siglo XVII. Sin embargo, hacia el siglo XVIII, estas crisis se volvieron menos frecuentes, lo que permitió un crecimiento sostenido de la población, que rondaba entre los 4.000 y 5.000 habitantes.
La mayoría los habitantes pertenecían al estado llano o pecheros, que debían pagar impuestos y realizar el servicio militar. La nobleza menor, compuesta por hidalgos, también formaba parte de la población, aunque muchos de ellos debían trabajar para subsistir. Todos contribuían al sostenimiento del clero mediante los diezmos y las primicias, mientras que la tasa de analfabetismo era alta, aunque existía un maestro que enseñaba lo básico.
El gobierno de la ciudad recaía en el Concejo Municipal, compuesto por regidores, diputados y presidido por un corregidor, usualmente ausente. Este grupo se encargaba de la administración de justicia, la recaudación de impuestos y la regulación de la actividad económica, especialmente el comercio y la agricultura.
La principal actividad económica de Calahorra era la agricultura, en la que trabajaba más del 70% de la población. La ciudad era conocida por su producción de legumbres, frutas, uva, pimientos y lechugas en el siglo XVIII, además de ganadería, caza y pesca en menor medida. La industria era escasa, limitándose a algunas curtidurías, jabonerías y una tejería. A pesar de la falta de grandes industrias, la actividad artesanal cubría casi todas las necesidades de la población.
La vida cotidiana en Calahorra giraba en torno a las plazas, especialmente la Plaza de la Verdura hasta el siglo XVI, cuando el Raso comenzó a ganar importancia como centro social y festivo. En el siglo XVII, el Raso se convirtió en el corazón de la ciudad, donde se celebraban procesiones, fiestas populares, festejos taurinos, representaciones teatrales y proclamaciones reales.
La ciudad se caracterizaba por su aspecto conventual, con tres parroquias, tres conventos y nueve ermitas, que se agrupaban alrededor de pequeñas plazas. Las fiestas se celebraban con gran fervor, lo que también influía en la forma de los edificios y el urbanismo de la ciudad.
Calahorra en el siglo XIX
En el siglo XIX, Calahorra vivió en un contexto de cambios políticos y sociales que reflejaron la agitación que experimentó el país. La ciudad, aunque no fue un epicentro de los enfrentamientos bélicos, se vio afectada por las tensiones políticas generadas por la ocupación napoleónica. Desde la invasión de las tropas francesas en 1807 hasta su retirada en 1813, Calahorra experimentó saqueos, detenciones y conflictos internos entre afrancesados y patriotas, lo que empobreció a muchas familias. Además, el obispo de la ciudad, Francisco Mateo Aguiriano, fue destituido por los franceses, aunque más tarde participó en la redacción de la Constitución de Cádiz en 1812.
Con el regreso de Fernando VII en 1814 y el restablecimiento del absolutismo, se abrió un periodo de inestabilidad política, que se intensificó con la sublevación de Riego en 1820 y el inicio del Trienio Constitucional. Sin embargo, la intervención de Francia en 1823, con los Cien mil hijos de San Luis, puso fin a la experiencia constitucional, consolidando el régimen absolutista. A lo largo de este periodo, Calahorra vivió una serie de transformaciones políticas y territoriales, como la creación de la provincia de Logroño en 1822, que dejó atrás su vinculación administrativa con Soria.
A partir de 1830, con la promulgación de la Pragmática Sanción, se introdujo la sucesión femenina al trono, lo que desató las disputas entre los partidarios de Isabel II y los de su tío, Carlos María Isidro. En Calahorra, esto provocó divisiones sociales entre realistas y liberales. La guerra carlista que siguió se extendió hasta 1839, cuando la firma del Convenio de Vergara puso fin a los enfrentamientos. En ese momento, la ciudad celebró el fin de la guerra con fiestas y el regreso de los presos.
En la década de 1830, las desamortizaciones afectaron a Calahorra, especialmente a sus propiedades religiosas, como las de los Carmelitas y Franciscanos, cuyas construcciones fueron transformadas en cárceles o cuarteles. Esta transformación también impactó en las actividades eclesiásticas, marcando el fin de una era de gran influencia de la Iglesia.
A lo largo de todo el siglo XIX, Calahorra vivió una modernización económica que le permitió crecer. La industria conservera comenzó a implantarse, y hacia 1890, casi la mitad de las fábricas de conservas de España se encontraban en la ciudad. Este auge industrial llevó a la creación de la Banca Moreno en 1891. Además, la agricultura siguió siendo un pilar importante, beneficiándose de inversiones públicas y la construcción de infraestructuras, como el pantano del Perdiguero.
En términos de infraestructuras, el siglo XIX trajo consigo avances como el telégrafo y la Estafeta de Correos en 1868, además de nuevas vías de comunicación, como el Camino Real (N-232) en 1830 y el ferrocarril Castejón-Bilbao en 1863. Estas mejoras favorecieron el comercio y la conectividad, consolidando a Calahorra como un centro clave en la región.
Calahorra en el siglo XX
A finales del siglo XIX, Calahorra vivió tensiones sociales y políticas derivadas de las crisis alimentarias y el descontento popular, lo que llevó a protestas en toda España, incluida la ciudad. El “motín de 1892” surgió principalmente por el intento de trasladar la sede episcopal a Logroño y la oposición al impuesto de consumos. Este episodio dejó una rivalidad territorial entre la capital política y la capital diocesana, un conflicto que perdura hasta la actualidad.
En 1900, la ciudad tenía 9.475 habitantes y una economía basada principalmente en la agricultura, con una estructura social caracterizada por el minifundismo. Las dos primeras décadas del siglo XX fueron clave para el crecimiento económico, gracias a la expansión de regadíos mediante la construcción del pantano de la Estanca del Perdiguero (1885) y el Canal de Lodosa. La llegada del tradicionalismo carlista también influyó en la política local, con el Partido Jaimista ganando protagonismo.
Un hito en este periodo fue la instalación de la azucarera en 1916, que impulsó la producción de remolacha y estimuló la economía local. La Primera Guerra Mundial favoreció a Calahorra, que se convirtió en un importante proveedor para los bandos en conflicto, consolidando la ciudad como un referente en la industria conservera.
En los años 20, Calahorra experimentó un crecimiento industrial y social. El sindicalismo católico agrario dominó, aunque los sindicatos socialistas y anarquistas comenzaron a ganar fuerza. La ciudad también vivió la Dictadura de Primo de Rivera, que fue generalmente bien recibida por su sector tradicionalista, pero la crisis económica y el Crack de 1929 afectaron negativamente a las industrias, especialmente a las conserveras.
En 1931, con la proclamación de la Segunda República, Lucio Díez San Juan, el primer alcalde republicano, promovió mejoras urbanas para paliar el desempleo. Sin embargo, en 1934, el Gobernador Civil cesó a los concejales republicanos y los sustituyó por monárquicos. La guerra civil de 1936 tuvo un rápido desenlace en Calahorra, con la entrada de las tropas sublevadas, aunque la represión fue feroz y dejó un saldo de 214 fusilados en la ciudad.
Durante la dictadura de Franco, la ciudad vivió una centralización del poder bajo un sindicato único, con la construcción de infraestructuras clave como la Casa Consistorial, el matadero, y el Cuartel de la Guardia Civil. Calahorra experimentó un crecimiento urbano, destacando la urbanización de Paseo del Mercadal y el ensanche de la ciudad.
A pesar de la expansión urbana en los años 60, Calahorra no aprovechó del todo el auge económico del periodo. La industria conservera perdió relevancia y la ciudad no logró atraer nuevas industrias punteras. A finales de los años 60 y 70, la juventud calagurritana comenzó a crear un movimiento asociativo que revivió la vida cultural y social, marcando el inicio de un cambio hacia la pluralidad y tolerancia.
Con la llegada de la democracia, Calahorra experimentó una transformación significativa, modernizándose y dotándose de servicios esenciales, convirtiéndose en una ciudad más avanzada y acogedora, con más de 24.000 habitantes al comienzo del siglo XXI.